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Cuento Judio

Dice un antiguo cuento judio, que hombre muy rico fue a pedirle consejo al rabino, si debia o no dar dinero a los pobres,ya que estaba
cansado de dar y dar.
El rabino le tomó de la mano, lo acercó a la ventana y le dijo - ‘Mira por esa ventana’.
El rico miró por la ventana a la calle.
El rabino le preguntó ¿qué ves?
El hombre le respondió: ‘veo gente’.
El rabino volvió a tomarlo de la mano y lo llevó ante un espejo y le dijo:
‘qué ves ahora?
El rico le respondió: ‘Ahora me veo yo’.
El rabino le contestó: ‘¿Entiendes?’
En la ventana hay vidrio y en el espejo hay vidrio.
Pero el vidrio del espejo tiene agregado un poco de plata.
Y cuando hay un poco de plata uno deja de ver gente y comienza a verse solo a sí mismo.

LA SABIDURÍA DE MAIMONIDES


El famoso filósofo Maimónides era también el médico de cabecera del Rey egipcio. Los otros médicos estaban muy celosos, porque el Rey le tenía mucho respeto y una confianza sin límites. Por esta razóndecidieron preparar su caída.

Una vez los médicos discutieron con Maimónides en presencia del Rey, con la intención de demostrar que éste no tenía idea alguna de la ciencia médica. Ellos afirmaron que la ciencia médica puede incluso devolver la vista a aquellos que han nacido ciegos. Pero Maimónides afirmó que se puede curar a un hombre solamente en el caso de haber quedado ciego por accidente, o por alguna enferme­dad. Sólo en este caso se puede prestar ayuda, pero no se puede ayudar a un ciego de nacimiento.

¿Qué hicieron los médicos? Trajeron delante del Rey a un hombre ciego que atestiguó que él había nacido así. Le pusieron una pomada encima de sus ojos, y el hombre empezó a gritar ¡Ya puedo ver!

El Rey ya estuvo por expresar su desconfianza a Maimónides, pero el médico sacó un paño rojo, lo puso delante de los ojos del ciego - que recuperó su vista - y le preguntó: "¿Qué tengo en mi mano?"

"Un pañuelo rojo" - contestó el hombre.

»

El Rey se dio cuenta en seguida que Maimónides tenía razón. Si el hombre era ciego de nacimiento, ¿cómo podía ser que conozca los colores? Inmediatamente expulsó a los médicos con humillación y vergüenza.

Pero no sólo los no judíos querían poner a prueba la sabiduría médica de Maimónides, sino también sus hermanos de fe.

Entre los muchos enfermos que vinieron a ver a Maimónides para pedir su ayuda, vino un buen día también el poeta Rabí Abraham Ibn Ezra, que era muy pobre. El no estaba enfermo, pero se disfrazó de tal manera que no se lo podía reconocer. Se puso en la fila de los pacientes y esperó a que Maimónides pasara delante de él, lo considere como enfermo y le prescribiera un medicamento. Quería poner a prueba a Maimónides y saber, si éste podría reco­nocer si él estaba, o no estaba enfermo.

Maimónides pasó delante de la fila de los enfermos y le dio a cada uno un papelito en el cual había anotado el medicamento para su enfermedad. También Rabí Abraham Ibn Ezra recibió un pape­lito. Lo abrió con una sonrisa y allí estaba anotada una sola palabra: "kesef" - dinero.

Reconoció Rabi Abraham que no se podía engañar a un hombre como Maimónides.

Perdonando con el mismo espíritu


El rabino Nahum de Chernobyl vivía siendo ofendido constantemente por un comerciante. Un día los negocios de este último comenzaron a andar muy mal.

“Debe de ser el rabino, que está pidiendo venganza a Dios”, pensó. Y fue a pedir disculpas a Nahum.
- Yo te perdono con el mismo espíritu que tú me has perdonado – respondió el rabino.

Isaac muere


Cierto rabino era adorado por su comunidad, todos se quedaban encantados con lo que decía.
Menos Isaac, que no perdía oportunidad de contradecir las interpretaciones del rabino, señalar los fallos en sus enseñanzas. A los demás les indignaba esta actitud, pero no podían hacer nada.
Un día Isaac se murió. Durante el entierro, la comunidad notó que el rabino estaba profundamente triste.
¿Por qué tanta tristeza? – comentó alguien. – ¡Él vivía señalando defectos en todo lo que usted decía!

- No me lamento por mi amigo que hoy está en el cielo – respondió el rabino. – Me lamento por mí mismo. Mientras que todos me reverenciaban, él me desafiaba y yo estaba obligado a mejorar. Ahora que ya se fue, tengo miedo de parar de crecer.