El genial Francisco de Quevedo (Madrid, 1580-Villanueva de los Infantes, 1645). Gran autor del Siglo de oro, célebre, protagonista de chistes y de anécdotas disparatadas, muy populares y resistentes al paso de los siglos. Fué el literato al que más chistes y anécdotas se han atribuido.
Considerado el maestro de la agudeza verbal en español, demostró su fuerte personalidad e ingenio tanto en su vida cotidiana como en su obra. Famosas eran sus disputas con Góngora en la que se insultaban con ingenio e ironía,
Considerado el maestro de la agudeza verbal en español, demostró su fuerte personalidad e ingenio tanto en su vida cotidiana como en su obra. Famosas eran sus disputas con Góngora en la que se insultaban con ingenio e ironía,
En una ocasión estaban Quevedo y el joven rey, iban subiendo unas escaleras, y se le desató el zapato [a Quevedo]. Y al atárselo, como se le puso el culo en pompa, le dio el rey un manotazo en el culo para que siguiera, y Quevedo se tiró un pedo.
Le dice el rey:
–¡Hombre, Quevedo...!
Y [Quevedo] contestó:
–Hombre, ¿a qué puerta llamará el rey que no le abran?
En una ocasión un aprendiz de
poeta se empeño en leerle un par de sonetos que acababa de componer.
"El siguiente será mejor", apuntó Quevedo
- "¿Como podéis saberlo, si aún no lo he leído?", replicó el aprendiz.
La respuesta de Quevedo fue la siguiente:
"Sencillamente, amigo mío, porque es imposible que sea peor que el que acabáis de leerme".
Entre sus famosas
anécdotas se encuentra la que le sucedió al encontrarse con una mujer en
un balcón. La mujer, al ver al escritor, comenzó a insinuarsele hasta
que llegó a un punto en el que Quevedo subió al balcón gracias a una
polea que había. Lo que ignoraba es que a la mujer le acompañaban unos
amigos, que eran quienes tiraban de la polea y que todo era una broma.
Cuando recorrió la mitad del tramo que va desde la calle al balcón,
dejaron al escritor colgado mientras los amigos de la mujer se reían de
él. Esta situación causó gran espectación entre los viandantes, lo que
alertó a la guardia nocturna. Cuando llegaron a instaurar el orden
preguntaron:
- ¿Quién vive?
- Soy Quevedo, que ni sube, ni baja, ni está quedo
Cuentan que en el XVII, momento en el que las medidas de higiene de las
ciudades españolas (como las del resto de Europa, no nos engañemos) eran
inexistentes, la gente meaba en cualquier lugar, eligiendo casi siempre
rincones entre edificios o portadas de las casas. Como medida
disuasoria algunos vecinos colocaban hornacinas con santos y cruces y
como el respeto que se tenía en esos momentos a la religión era casi
reverencial (bueno, y sin casi, que por esas calles andaban los
Inquisidores…) la gente evitaba vaciar la vejiga en esos lugares.
Quevedo, muy dado a transgredir normas, orinaba siempre en el mismo
lugar, el portalón de acceso a una casa. Los dueños, hartos, pusieron
una cruz pero ni eso disuadió al literato, así que a la cruz le
añadieron un cartel con las siguientes palabras:
"Donde se ponen cruces, no se mea"
De vuelta al lugar, en otro momento de "necesidad", Quevedo no se cortó un pelo, y cual si fuera mensaje de twiter, breve, conciso y certero escribió debajo:
"Donde se mea, no se ponen cruces".
La anecdota más famosa fue la que involucra a la reina. Los amigos
apostaron a que Quevedo no era capaz decirle a la reina Mariana de
Austria, segunda esposa de Felipe IV, que sufría una cojera.
A esto
Quevedo dijo que era capaz de decirselo en la cara sin que se enfadase.
Al parecer, la apuesta aumentó de cantidad ya que según dicen "Mil dineros pusieron sobre la mugrienta mesa y si Quevedo ganaba, recibiría otros mil del Marqués de Calatrava".
Allá fue, pues, nuestro ínclito personaje a cumplir su apuesta:
Llegado el día decidido se presentó Quevedo ante la soberana portando en su diestra una rosa y un clavel en la siniestra. Ahí
estaba toda la corte reunida y ante público tan noble, a modo de
testigos, mostró ambas flores a la reina para que admirara su textura y
gozara de su aroma y entonces haciendo una reverencia le declaró:
"Entre el clavel blanco y la rosa roja, su majestad escoja"
Este hecho de haberse enterado la reina le podía llevar a la horca, pero no se enteró.
- El mismo Quevedo también tenía un
problema en el pie que le hacía cojear levemente. Felipe IV admiraba la capacidad para la rima de Quevedo y cómo
improvisaba geniales y ocurrentes versos.
En cierta ocasión, estando el
rey cómodamente sentado, solicitó al poeta que improvisara una rima para
él. El autor invitó al rey a elegir
el tema del verso diciéndole:
“Dadme pie Majestad”.
El monarca, quiso
aprovechar la frase para hacerse el gracioso y le alargó la pierna en
alusión a su cojera, a lo que el rimador compuso al vuelo y soltó al mismo rey del Imperio Español, estando este pie en alto, lo siguiente:
“Paréceme, gran señor,
en semejante posturadais a comprender,
que yo parezco el herrador
y Vos… la cabalgadura”.
Entendiendo por cabalgadura lo que quiera. Un gran y noble corcel, o quizás un torpe y lerdo asno, que por hacerse el gracioso dio lugar a una pequeña rima a su costa. Fuera lo uno o lo otro, creo que Quevedo quedó encima de aquella cabalgadura.